Estaba en el jardín, disfrutando de la última noche de verano, cuando una diminuta libélula se acercó a mí. Me susurró que le acompañase a visitar a su amiga la luna, que estaba triste porque no se iban a ver más. Las dudas empezaron a aparecer, pero una leve llama de esperanza que se vislumbraba en sus pupilas, me hizo seguirla. Subimos a una nube suave como el algodón, donde me dormí acurrucada por el dulce aroma a tierra mojada. Llegamos arriba, y rápidamente la libélula y la luna se dieron un abrazo tan dulce como el azúcar, tan tierno, que me hizo llorar. La libélula me regalo una pluma azul donde ponía: "Para Lucía de su amiga Lili la libélula", y le dijo a la nube que me llevara de vuelta a casa.
A la mañana siguiente me desperté y me puse a escribir un cuento con una nueva pluma azul que encontré en mi mano. El cuento trataba de una pequeña niña que todo el día se pasaba en una gran máquina, con válvulas como único compañero, de válvulas siempre rodeada. Me puse triste y dejando de escribir pensé que la vida de aquella niña sería poco dulce y muy dura.
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